Es su pecho el baúl donde guardamos los amuletos. Para que
todo nos dure, y para que nada se nos olvide. Ni el miedo, ni el beso, ni la
canción.
Es su ombligo todos los acordes que todavía no aprendí a
escuchar, y detrás de su oreja todos los colores que no sé nombrar. Azul amanecido,
naranja veraniego, rojo corazón.
Es su voz el túnel de luz. La que nunca es demasiada, la que
hace temblar.
Son sus manos toda la belleza, el pájaro sin jaula que sigue
el camino de colores, los panaderos que dan vueltas en el aire. El que siempre
atrapo para que lo guarde entre sus manos.
Es su sonrisa el trampolín desde el que doy siempre el salto.
A su vida y a este amor, que de tan esperado y tan suave, ya es inmenso. Es
allí donde todo empieza, donde su sonrisa me inunda el corazón, su mirada me
derrite los mares, y su abrazo me cura las noches.