Una vez la vi llorar. Con la primera lágrima desarmó mi
pecho. Me desintegré en un montón de pedacitos delante suyo. Me arrastré por el
suelo con la poca fuerza que me quedaba y le ofrecí mi mano. Traté de hacerme
grande, de envolverla en un abrazo, pero sentí que nada era suficiente para
abrazar aquella pena. Quise guardarla en el huequito que forman mis manos,
quise abrigarla, cuidarla, sanarla. Pero el alma ya estaba desparramada.
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