Me gustan los domingos porque la tarde siempre es nuestra.
Después de empanzarnos de familia y aturdirnos de comida, volvemos al barrio, y
volvemos a vernos. Nos reconocemos siempre en la misma esquina, nos sonreímos y
mantenemos la mirada hasta estar cerca y saludarnos con un beso.
Nuestro recorrido empieza siempre hacia el mismo lado y a un
ritmo pausado, pero con voces y corazones acelerados. Nos ponemos al tanto, nos
miramos de reojo y sonreímos mostrando los dientes. Nos adueñamos del tan
querido Barrio Sur. Esquivamos los pozos y las baldosas sueltas que ya conocemos
de memoria, nos acercamos a la ventana de la gatita blanca y buscamos el hocico
del perro bajo el portón.
Después, según el día, empezamos a variar el camino. A veces
hay feria con banderines de colores, rulos al viento y gente bailando.
Caminamos entre ellos, nos gustan sus movimientos, nos gusta su música. Miramos
los puestitos de artesanías sin detenernos mucho y nos reímos de algún perro salchicha.
Otras veces vamos a la plaza sin feria, con niños que andan
en bicicleta y niños que saltan y juegan en los chorros de agua a contraluz.
Buscamos al achilatero, compramos una, y con las lenguas coloradas nos reímos a
carcajadas sentadas en la escalinata.
A veces caminamos por todas las veredas sin detenernos en ninguna.
Vamos acordándonos en cuál esquina nos dimos un beso, en cual nos despedimos, y
en cuál casi morimos de los nervios. Otras veces nos detenemos en la heladería,
y con sabor a dulce de leche nos decimos cuánto nos queremos.
Me gustan los domingos porque la tarde y el barrio son siempre
nuestros. Porque hay niños, hay bicicletas y hay helado. Porque el tren no pasa
y yo puedo pararme en el medio de las vías y mirar hacia los dos lados todo el
tiempo que quiera. Me gustan los domingos porque compartimos los últimos rayos
del sol que tiñen a la ciudad de color naranja. Me gusta cuando ha llovido
porque los charcos reflejan los árboles, y los adoquines que todavía quedan,
hacen brillar las calles. También me gusta mostrarle el cielo: el naranja, el
azul, la luna que ya apareció y la nube con forma de barco.
Me gustan los domingos porque caminamos de la mano, porque
sonreímos, y nos reencontramos. Me gusta pasar las tardes de domingo en nuestro
Barrio Sur. Y me gusta compartirlo todo con ella.