Hay noches cansadas, noches de almohadas, de libros, de
ventilador y de pesadillas. Hay noches de los sueños más hermosos, esos de los
que una no se quiere despertar. Hay noches cortas, noches infinitas, otras de
llantos y otras de besos. También hay noches agitadas, de versos, de vueltas,
de preguntas, de culpas. Hay noches de sí, noches de no, de amor y de ahogo.
Hay noches de luna llena, noches como días, noches que sorprenden, y noches
irrepetibles. También hay noches felices llenas de sonrisas y plenitud y noches
que desgarran el pecho con la pena más grande.
Y también hay noches como ésta. Noches que no me sueltan,
que no me dejan aflojar el cuerpo y me exigen más. Noches que me despiertan
constantemente, que me llenan de planes y de ideas. Noches en que podría salir
a correr, limpiar toda la casa, o leer un libro entero. Son noches de días
llenos de estímulos y colores, de una
cabeza imparable. Son noches de insomnio, sin tantas emociones, ni alegrías, ni
tristezas, pero insomne igual. Noches de luces y sonidos. De poca concentración
y mucha energía. Noches de insomnio que me atrapan desde hace años, y no
quieren soltarme.
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