Mi día empezaba aburrido. Mi semana empezaba con una mañana
de lunes monótono, como tantos otros. Empezaba sobre un colectivo lleno de gente,
cuando las temperaturas empiezan a subir y empezamos a abrir las ventanas de a
una, de a poquito. Caras desconocidas, inexpresivas, como buen lunes por la
mañana. El asiento al lado del mío se desocupó y se ubicó esa señorita que te
traería de vuelta. Apenas se ubicó te sentí, era tu olor, eras vos en otro
cuerpo, a mi lado otra vez. Cerré mis ojos, y te imaginé abriendo los tuyos,
despertando después de pocas horas de sueño, pero con el sol ya alto. Tal vez eras
vos a mi lado y yo, distraída no te reconocí. Abrí los ojos con una mezcla de
miedo y esperanza. No eras vos, era una chica con cartera marrón y camisa blanca.
Exhalé el aire que me quedaba y me concentré en el lapacho de flores amarillas.
Primavera otra vez, por fin. Ya volvían los calores, la gente vestida liviana,
el helado de limón. Y de repente otra ráfaga de tu olor fue lo que volvió. El
verano tucumano de 40 grados afuera, pero nuestros cuerpos tan cerca. Era el
olor a la plaza florecida, al tiempo escapándose por un hueco, a un volantín agitándose
emocionado. Olor a tierra mojada, a lluvia de verano, a luciérnagas en el pecho.
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