16 de diciembre de 2012

Esto que atraviesa

Hoy algo me atravesó el pecho. Yo estaba distraída nadando entre algunas letras, y eso, tan extraño y tan lleno de luz, se arremolinó en el aire. Eran un montón de luces pequeñas, como las de navidad, como las luciérnagas, moviéndose apuradas y creando formas delante de mis ojos. Casi tocaban mi nariz. Soplaban una brisa que me acariciaba el alma, que rozaba con dedos suaves mi cintura. Se movían enérgicas en círculos, espirales y hermosas curvas, hasta ponerse tan juntitas una de otra, que formaron una sola luz, una muy grande con forma de flecha que sin preguntarme ni avisarme, me atravesó. Cavó un hueco justo en el centro de mi pecho, en ese centro donde alguna vez descansó tu mano. Cavó un hueco sin generar dolor, un hueco sin ningún vacío dentro. Me perforó, me atravesó haciéndome cerrar los ojos y absorber una gran bocanada de aire. Entró y volvió a tener la forma de un remolino chocando con todas mis paredes. Queriendo derribarlas. Un remolino lleno de luces y entre las luces dejaba ver un montón de sonrisas: de las chuecas, de las tímidas, de las que dan vuelta por toda la cabeza de tan sonrientes. Entre ellas también venían algunas letras, un corazón muy rojo y un helado de dulce de leche. Todo esto, arremolinado con algunas caricias que me dejaste sobre la mesita de luz (gracias por ellas), y esa larga mirada en la que supe que (por fin) eras mía.

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