Esta es la hora clave, es el punto en el que la ciudad pende
de un hilo, y yo también.
A esta hora yo siempre suspiro, cierro los ojos, me lleno de
aire, y busco los primeros rayos que me acompañen de vuelta, que me acaricien
el viaje. Despido a las estrellas que se apuran en partir, y a veces hasta me
hace compañía la luna.
Esta es la hora en la que le doy el último beso antes de
partir. Así es como a veces, bajo este mismo cielo, yo también anochezco. Cuando
escucho la puerta cerrarse detrás de mí, y sé que sus ojos ya no me están
mirando, yo anochezco por un rato, llevándome toda la luz de la mañana adentro
de mi pecho. Para tenerla, cuidarla y acariciarla hasta que vuelva.
Fue también a esta hora, cuando vi su cuerpo desnudo.
Después de tanto dibujarla en la oscuridad, fue con el azul de un nuevo día que
yo conocí su piel, y que ella escondió su mirada detrás de un almohadón. El
amanecer aquel en el que se me escondió de tanta luz, quedándose más cerca que
nunca.
Ese día que volvió a amanecer entre mis brazos, ante mis
ojos, el día que nos amanecimos hasta el llanto. Para empezar a amanecer otra
vez. Para amanecer así un montón de veces más.
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