29 de diciembre de 2012

Amanecernos

Esta es la hora en la que una parte de la ciudad amanece y la otra anochece. Una mitad abre los ojos, planea el nuevo día, se toma un café, se levanta con el pie derecho, o tal vez hoy, con el izquierdo. La otra parte se arrastra por un pasillo, se tambalea, suspira y cae de un golpe sobre un colchón.

Esta es la hora clave, es el punto en el que la ciudad pende de un hilo, y yo también.

A esta hora yo siempre suspiro, cierro los ojos, me lleno de aire, y busco los primeros rayos que me acompañen de vuelta, que me acaricien el viaje. Despido a las estrellas que se apuran en partir, y a veces hasta me hace compañía la luna.

Esta es la hora en la que le doy el último beso antes de partir. Así es como a veces, bajo este mismo cielo, yo también anochezco. Cuando escucho la puerta cerrarse detrás de mí, y sé que sus ojos ya no me están mirando, yo anochezco por un rato, llevándome toda la luz de la mañana adentro de mi pecho. Para tenerla, cuidarla y acariciarla hasta que vuelva.

Fue también a esta hora, cuando vi su cuerpo desnudo. Después de tanto dibujarla en la oscuridad, fue con el azul de un nuevo día que yo conocí su piel, y que ella escondió su mirada detrás de un almohadón. El amanecer aquel en el que se me escondió de tanta luz, quedándose más cerca que nunca.

Ese día que volvió a amanecer entre mis brazos, ante mis ojos, el día que nos amanecimos hasta el llanto. Para empezar a amanecer otra vez. Para amanecer así un montón de veces más.

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