9 de enero de 2013

Para cuidarme de la noche

Hoy mi ciudad se me mostró tan extraña, que quise llorar.

Salí a la calle y no entendí las luces, las velocidades, ni las miradas. Se me confundieron los sentidos y doblé en la esquina equivocada. La noche y la lluvia son los terrenos que aun me falta aprender a transitar, son los espacios en los que no sé moverme y si no me ando con cuidado, siempre me da por llorar.

La noche me amenaza y me revuelve; me llena de miedos si no estoy en alguna guarida. La lluvia cae siempre pesada sobre mi cabeza y duele, taladra, me hunde y me encierra. Las dos juntas me desorientan por completo.

Pensé en ella, en sus ojos ya lejanos, en mi apuro por partir, y en su respiración entrecortada preguntándome si la iba a extrañar. Quise volver. Dar la vuelta y correr a sus brazos, olvidarme del mundo, de la noche, de la lluvia, y del reloj. Abrazarla. Como la primera vez. Abrazarla desde las pantorrillas hasta las pestañas. Decirle cuánto la quiero. Abrazarla hasta meterla dentro de mi pecho. Contarle que quiero el mundo de su mano. Abrazarla, porque en su abrazo me guardo, me suelto, y me calmo. Porque su abrazo me cuida de la noche y de la lluvia, porque me impulsa a caminar, porque en sus brazos siempre es de día y hay sol. Ahí las cosas van a mi ritmo y las luces nunca me marean.

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