13 de enero de 2014

Domingos en Barrio Sur

Me gustan los domingos porque la tarde siempre es nuestra. Después de empanzarnos de familia y aturdirnos de comida, volvemos al barrio, y volvemos a vernos. Nos reconocemos siempre en la misma esquina, nos sonreímos y mantenemos la mirada hasta estar cerca y saludarnos con un beso.

Nuestro recorrido empieza siempre hacia el mismo lado y a un ritmo pausado, pero con voces y corazones acelerados. Nos ponemos al tanto, nos miramos de reojo y sonreímos mostrando los dientes. Nos adueñamos del tan querido Barrio Sur. Esquivamos los pozos y las baldosas sueltas que ya conocemos de memoria, nos acercamos a la ventana de la gatita blanca y buscamos el hocico del perro bajo el portón.

Después, según el día, empezamos a variar el camino. A veces hay feria con banderines de colores, rulos al viento y gente bailando. Caminamos entre ellos, nos gustan sus movimientos, nos gusta su música. Miramos los puestitos de artesanías sin detenernos mucho y nos reímos de algún perro salchicha.

Otras veces vamos a la plaza sin feria, con niños que andan en bicicleta y niños que saltan y juegan en los chorros de agua a contraluz. Buscamos al achilatero, compramos una, y con las lenguas coloradas nos reímos a carcajadas sentadas en la escalinata.

A veces caminamos por todas las veredas sin detenernos en ninguna. Vamos acordándonos en cuál esquina nos dimos un beso, en cual nos despedimos, y en cuál casi morimos de los nervios. Otras veces nos detenemos en la heladería, y con sabor a dulce de leche nos decimos cuánto nos queremos.

Me gustan los domingos porque la tarde y el barrio son siempre nuestros. Porque hay niños, hay bicicletas y hay helado. Porque el tren no pasa y yo puedo pararme en el medio de las vías y mirar hacia los dos lados todo el tiempo que quiera. Me gustan los domingos porque compartimos los últimos rayos del sol que tiñen a la ciudad de color naranja. Me gusta cuando ha llovido porque los charcos reflejan los árboles, y los adoquines que todavía quedan, hacen brillar las calles. También me gusta mostrarle el cielo: el naranja, el azul, la luna que ya apareció y la nube con forma de barco.

Me gustan los domingos porque caminamos de la mano, porque sonreímos, y nos reencontramos. Me gusta pasar las tardes de domingo en nuestro Barrio Sur. Y me gusta compartirlo todo con ella.

2 comentarios:

  1. Todo lugar, toda anécdota, está impregnada de con quién la pasamos a nuestro lado. Todo lugar un poco gris puede iluminarse yendo de la mano con alguien. Tan es así que cada vez queda más claro el cómo afectamos al resto del mundo; porque está siempre inerte hasta que alguien le da vida con una sonrisa, con un silencio o con lo que salga de su corazón rejuveneciente.

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  2. y a mi me gusta como lo relatas, con esa tranquilidad, con esa alegría, con ese amor...

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