Estos son los días del amor. Nos tienen prendidas, de ojos
bien abiertos y atentos al detalle de la pluma que gira con el viento. Nos
tienen atadas de pies y manos, una con la otra, como una cadena que no nos suelta,
pero con la fragilidad de un par de alas y un soplido.
Estos son los días del valor y la valentía. Aquí es donde
lloramos todas las lágrimas, las mezclamos con sonrisas y nos llenamos de
promesas. No se puede dormir de tanto amor por dar. Y después de darlo todo, de
estrujarnos hasta la última caricia que no queremos dejar ir, caemos en un
sueño profundo de besos y luces, de casas y costas. Se duerme porque hay un
abrazo que envuelve a todo el universo. Que nos calma.
Son los días y las noches del amor. De los mares y los
incendios en una misma alma, al mismo tiempo y sin pedir perdón. Desgarrarnos
las pieles de tanto amor no necesita un perdón. Rompernos las bocas, las manos
y el abrazo. Para bien, siempre para bien.
No sé cada cuánto vienen, ni sé cuánto duran, pero sé que me
estrujan y sacuden el corazón y después me lo dejan secándose al sol. Que el
sol me lo trae de nuevo, más grande y más fuerte, con las promesas intactas y
las ganas de amar multiplicadas. Son los días de renovarnos, de volver a elegirnos,
de no soltarnos las manos.
Estos son los días del amor, del todo, de la vida y del
calor. De volver a nacer. En el huequito que hacemos entre nuestras manos. En
las sábanas que siempre quedan destendidas. En el café con leche de cada
mañana.
Los días que son la vida
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